miércoles, 31 de agosto de 2011

historia acerca del teléfono



LO INEVITABLE



Ingresa un número en el teléfono. Cinco, cinco, tres dos... luego de siete zumbidos prolongados no hay respuesta. Un zumbido al oído, otro, otro... Vuelve a marcar. Sigue sin haber un mínimo rastro de que exista la persona a la que llama. O existe, pero no está. O tal vez ese posible receptor apagó el teléfono, o no lo escucha. O quizá simple y sencillamente no le da la gana contestarlo. Claro, suele pasar; a todos nos pasa. Se recuesta en el sillón de tapiz rojo, con las piernas extendidas y las manos en la nuca. Ahora esperar, sólo eso. Esperar a que pase lo que tiene que pasar: lo inevitable. Esperar a que llegue, o que al menos levante la bocina.

Tardará, como siempre, pero ella aguanta. Siempre aguanta. Cruza una pierna sobre la otra, y hace intentos por quitarse con la mano el esmalte de una uña del pie izquierdo. Las nueve y media. Otra vez el número, quizá lo marcó mal. Uno, dos, quince timbrazos. Nada. Qué tal si le pasó algo, o si tuvo algún problema. Un accidente, tal vez. O puede que simplemente no le dio la gana de contestar el maldito teléfono.

 Se levanta del sillón con sus pies descalzos y el ombligo descubierto, pasa a la cocina y prende la estufa. Un café, eso la mantendrá despierta hasta las doce, o hasta que el cuerpo caiga postrado sobre cualquier superficie. Enciende la radio que comienza a escupir un bloque de música instrumental del 96.1. Eso suele tranquilizarla, la música inmortal que le penetra los oídos y le prohíbe escuchar esa voz ridícula que le grita que vuelva a llamarlo. Otra vez al sillón, pero esta vez el grande. Otra vez el teléfono. Otra vez no hay respuesta.

Una vez más, así no quedará duda alguna de que lo ha llamado. Un timbrazo, dos... él levanta la bocina y la adhiere a su oído.
-¿Por qué te ocultabas? –pregunta ella, insegura y temblando.
-Porque estaba triste, y la noche estaba helando
-Pude haber hecho algo por ti
-No creo, porque no  estabas aquí
-Pero estaba pensando en ti
-Eso explica el frío que estaba haciendo

Silencio. El teléfono sabe hablar por sí sólo aunque no conozca las palabras. Dos respiraciones en ambos lados de la línea; tranquilizándose, agitándose, quitándose las  máscaras. Sólo algo perturba al equilibrio incansable de ese silencio irreductible: los pensamientos que se cruzan, se intercambian, se enlazan, bailan; y regresan, agotados, a su lugar de origen.
Al fin, las palabras brotan como pequeños prodigios del silencio:
-¿Podemos?
-Sí, podemos.
-¿Qué podemos?
-Podemos hacer todo
-¿Todo lo que queramos?
-Sí, todo.  Nos podemos comer el mundo, tragarlo, desmenuzarlo hasta los huesos; roerlo, desgastarlo, sumergirnos en él. Podemos recrearnos y devastarnos. Ese es el reto.
-¿Por qué podemos?
-Así son las cosas.

De improviso, una vez más el silencio. Un zumbido largo ensordece al teléfono, y dos bocinas caen instantáneamente al suelo. La línea se corta, el canal se desvanece.
Ahora los dos están juntos, en el sillón de ella, abriéndole paso a lo inevitable.
  















Preguntas de la imagen mostrada en el salón
¿Quién es el emisor?
En este caso, el emisor fue el creador de las diapositivas, o de la imagen. El profesor es un posible emisor, pues él nos mostró la imagen.
¿Quién es la audiencia? 
Todos nosotros, los que nos percatamos de la imagen y la percibimos.
¿Cuál es el mensaje?
El mensaje es una línea telefónica cortada, o interrumpida. (Una comunicación entorpecida)
¿Cuál es la respuesta?
La respuesta del receptor es subjetiva, dependiendo de la manera en la que se haya percibido el mensaje.
¿Cuál es el medio?
La computadora del profesor. 




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